25/2/09

Los Marcone.


Yo jamás vi que golpeara a alguien, tampoco conocí a nadie que haya sido golpeado por él. Pero era el mayor de ocho hermanos varones; y seguro con ellos tenía alguna que otra historia violenta y por eso le hacían la fama. La cuestión es que metía miedo. Y es que esos chicos vivían pelados por alguna máquina automática que le arrancaba los pelos a tirones (cómo no van a meter miedo). A ese corte salvaje hay que sumarle la altura, la nariz ancha, la mirada fuerte, inexpresiva, la fama que le hacían los otros siete, y sobre todo, que yo tenía nueve y él dieciséis.

Sólo nos vimos dos o tres veces en el mismo rejunte de chicos que hacíamos travesuras. Una vez jugando a las escondidas entre los maizales; otra, lo vi atrapar un cuis con el pie en plena carrera; y otra (esta vez de lejos), con un aire comprimido desplumando palomas.

Había tenido la suerte de no poner a prueba el mito de su agresividad durante mi estadía como vecino del barrio. Pero cinco años después, el destino me regalo otra chance para corroborarlo.

Eran como las diez y pico de la noche, yo esperaba en el estacionamiento (en el descampado) que mis papás salieran de misa, con la somnolencia que da estar un domingo a la noche adentro de un auto que es azotado por un chaparrón nocturno. Volví del sueño cuando algunos autos comentaban a moverse, y los buscaba en la multitud que a lo lejos se iluminaba con el reflector de la iglesia.

Me paralizó un cosquilleo inexplicable. No hice más que girar bruscamente y reconocer (a la luz de unos relámpagos), que detrás de dos golpes en el vidrio, estaba esa misma mirada salvaje, igualmente intimidante, que ahora levantaba un pulgar mojado con aire de respuesta, y ante mi inerte devolución: siguió de largo.

No le importó que no lo saludara, fue como si lo hubieran obligado a pasar en ese justo instante, en que mis miedos se refugiaban en el fondo del cuarto de mi memoria, para que los traiga como un rayo y los siente en primera fila, y así concluir ese capítulo. Me pasó la vida en un segundo, y esa noche fue la gloria, porque no me pegó, me saludó, nos reconocimos, y siguió de largo.


S.M.

24/2/09

¡mm…si vuelve a su morfología original con esta publicación! y eso me alegra bastante.

Porque para los que no saben, mm… somos dos, y nadie más que dos. Puede llegar en casos escasísimos a ser un (generalmente una) asociada al grupo, pero eso sí… luego de aprobar un examen sumamente riguroso, que consiste en responder preguntas dicotómicas, como ser: en caso de sábado caluroso… ¿ventilador turbo o aire acondicionado? O ¿escarbadientes o palillos? Y a la simple respuesta incorrecta quedaría exenta de mm de por vida, sin reproches.

Habiendo demostrado el orgullo que me hace sentir formar parte de esta dupla, les presento al otro: Gabi Kirk MM.



Febrero / Fiebrero

Los parientes que murieron cuando niño. Murieron en Febrero.
Una vez estuve en Salta, una gente me dijo que el mes malo era Agosto, de ahí un dicho popular de la gente de la zona… “hay que pasar Agosto”.
Febrero es un mes raro, ya desde su morfología en un almanaque anual parece un mes con una parte extirpada, como con un muñón.
Como ya se sabe el 25 de Febrero nació San Martín y unos cuantos febreros después, ese mismo día, mi hermana, la del medio.
Mi abuela tiene 84 y está a solo una semana de salir ilesa de su febrero número 84.
En muchos lugares de este Febrero he oído hablar de Cortázar. Cuando quiero presumir con alguien, o con algo, hago inmediatamente un comentario sobre los cronópios. Yo no sé que es un cronópio, pero mencionarlo es tirar un tiro al aire, cuando decís algo de los Cronópios todos se callan y comienzan a prestarte atención, como su tuvieras en tus entrañas, la revelación del mismísimo misterio.
Cachetazo Nº 1: Me pasé Febrero renegando del diario La Voz del Interior, cada vez le dedica más espacio a gente muy rara, muy aburrida. Cléber de canal CBA, “el Sofovich de Córdoba”, es un genio al lado de los giles que “hacen humor”… Imagínense.
Cachetazo Nº 2: Mi corazón se convirtió en lágrima y se fundió con el agua de los mares dulces del Suquía cuando inauguraron en la esquina de 25 de Mayo y Pringles un Delicity. Ahí se aglutina toda la gente de la que yo desconfío. Ahí es cuando le rezo al dios del barrio y pido que alivie esta pena que me estruja el alma.
Este Febrero, en la página de Balonpieros se eligió a Guillermo Francella como el más loco de todos los bañeros locos. Yo voté a Emilio Disi… Les confieso que me mata Emilio Disi, hace dos Febreros lo vi, es una cosa roja y blanca, tiene la cara surcada y se parece a un mandril.
Me pasé Febrero entre sábanas emborrachadas de lujuria y amor. Por fin me tocó un Febrero con 14, aunque me da asco el “Día de Los Enamorados”.
El tema del mes fue el calor. Lejos.
En Febrero fui y volví muchas veces a mi trabajo, más de las que uno sospecharía, viniendo de un mes tan corto.
En mi trabajo hay un hombre que desparrama estrés para todos lados, que tiene una camisa que cuesta lo que mi sueldo, y un auto que cuesta lo que mil bicis. Todo el tiempo está diciendo que su pito es el más grande de la agencia, y uno de los más grandes de Córdoba. El también me da asco. El tampoco sabe qué es un cronópio, posiblemente sea una de las pocas cosas que tenemos en común.
Febrero siempre será un mes de transición, sin identidad propia, es como una gran antesala de Marzo, o una gran sepultura de enero, pero siempre está ahí, entre Enero y Marzo, es curioso, porque en Enero comienza el año. Y en Marzo también comienza el año. Debe ser por eso que febrero me marea o tal vez porque no sé qué es un cronópio.

G.M.

23/2/09

Vecindario


Tomó uno de los cuchillos más grandes del negocio, y saltó el mostrador persiguiendo al perro de La Chola, que astutamente se adueñó de una tira de chorizos colorados. Ancho y de patas cortas, no es ningún zonzo y sabe que si no se apura, él terminará en el heladera del carnicero. Apresuró el paso, y casi de milagro escapó al machete refugiándose entre las polleras de su dueña, asomó el hocico y presenció el más ardiente cachetazo que alguien haya regalado. Y no porque persiga a su mascota fiel, con un machete afilado, sino porque las costillas que compró ayer -esas que eran puro hueso-, sin que La Chola se dé cuenta, el degenerado se las cobró dos veces.

19/2/09

Anestesia.

Estaba en el recreo largo con su mejor amiguita, que rechazaba la propuesta de ir a escribir en las paredes de la vieja casa abandonada, porque tenía que decirle algo, y es que con él… ya no sentía lo mismo.

Las últimas palabras, se desordenaban en un confuso eco y se perdían en un precipicio, por el cual, también él caía. Lo envolvió un vértigo nauseabundo que no terminaba nunca de desmayarlo.

-“¡Mauro, esperá! Creo que me entendiste mal. Quise decir que// Como// amiga, ya no siento lo mismo. Y es que// te quiero mucho// te amo.”

Nada es más importante para él que la intensidad de ese beso. Mucho menos ahora, que ese mismo recuerdo anestesia la caída accidental -que segundos más, segundos menos-, el precipicio, al andinista, dará su fin.

12/2/09

Prisionero de su oficio.


Quería gritar que está secuestrado, cansado, angustiado, sin saber hasta cuando… hacer escuchar sus propias palabras, sus convicciones. Pero no hacía más que chistes malos, y el público aplaudía enloquecido.

Qué podía hacer el ventrílocuo, si ahora, quien maneja la situación, es el muñeco.

11/2/09

La queja de mis cosas.

El espejo: “¡Jaaaaaaaa jjajjaja! Juaaa juajajajja ja ay Dios…”

Las ojotas: “Macho, no somos de “training”, no podemos ir hasta el hiper y volver, ir hasta la plaza, volver; salir de paseo al parque, volver… de la cama a la cocina, al sillón, al baño, al patio…”

La taza del desayuno: “Otra vez sopa… ¡Hasta cuándo voy a soportar este gusto a mate cocido!”

El reloj de la cocina: “¿Por qué me mirás con esa cara, acaso no son las 14.04? Si tenés hambre, te ayudo a preparar algo, pero ya no me mires así…”

El pan: “¿Ni un caldito Knorr tenés en la heladera? Este es el arroz más desabrido que he acompañado.”

La silla del escritorio: “¡Aay! Me duelen to-di-titas las astillas. Si al menos tardaras un poco más en preparar el mate y volver a tirarte arriba mío…”

El inodoro: “¡Adentro papá, adentro…! Te llevas esas medias al lavadero, porque acá nos asfixiamos todos…

El cepillo de dientes: “Se-dien-to… ya tengo secos todos mis filamentos… si no vas a usarme al menos poneme abajo del grifo…”

La almohada: “¡Basta! Hoy te buscás otra a quien abrazar. Ya me estás deformando.”


3/2/09

Amor de verano.


N. del A.: La inspiración de estas líneas surgen de un amor platónico, entendiéndose como aquél que recibe más importancia espiritual que física. Por lo tanto si usted pretende encontrar fogosas narraciones eróticas, le recomiendo busque entre novelas japonesas.

Este verano, el amor entre sus múltiples formas, se presentó así:


Los Karaokes tienen altibajos, y en uno de esos bajos, le dieron permiso a un grupo de viajantes, para que hagan en el patio externo, sus acrobacias por monedas.


Aparecieron, con la banda sonora de Kusturika, cinco hermosísimas acróbatas. Hubo una en especial que me dejó todo el show, con una expresión de sorpresa indescriptible; como cuando vemos a una niña de tres años manejando cinco idiomas, o un mono fumando una pipa.


Jamás pensé que una chica –una mujer- pudiera llevar a su niña tan intacta, tan externa, tan palpable. Todas sus mortales, trompos, tumbos y verticales, parecían congelarse a mitad de camino, cuando dejaba flotando en el aire la sonrisa, que no era otra, sino de alguien que tenía el corazón incendiado de alegría. Esa noche, mi acróbata, se había impuesto la incendiaria tarea de quemar el pecho de cuanto espectador le preste un poco de atención.


Como en el lugar, a las tres de la mañana, yo era el único que no les gritó que se vayan y que pongan La Mona, como fui el único que aplaudió rabioso cuando saludaron al público; fui el único que estaba dispuesto a contagiarse de alegría… y fue toda para mí.


Cómo explicar las ganas de vivir que tenía al otro día. Caminaba por el camping descubriendo formas en las nubes; recordando que la noche anterior, me invitaron a no detenerme, a que siga jugando con mi yo-yo; a que siga escribiendo; haciendo artesanías; visitando, alegrando y contagiándome de gente linda –esquivando gente fea-; y sobre todo, mi acróbata me invitó a que no pierda la esperanza, de que se puede encontrar en el mundo (en un mísero segundo), la sonrisa que gobierne todos mis sentidos.


Caminé todo el día sin tener noción del tiempo ni espacio. Repentinamente descubrí que había caminado hasta el balneario (seis Km.), me había zambullido un par de veces en el río y me desperté sentado en una piedra jugando nuevamente con las nubes. Ésta vez encontré la figura de mi acróbata haciendo la vertical sobre una mano con las piernas abiertas.


De pronto, en un paneo general sobre la multitud, hubo un deja vu: me pareció verla.


Presto un poco de atención, la busco, trato de identificarla con menos purpurina, y la encuentro. A cinco metros, en una enorme piedra en medio del río, descubrí de a poco que estaba acompañada por el resto del circo.


No podía creerlo. No me podía estar pasando eso a mí. Yo estaba pensando alguna estrategia para conocerla esa noche, y de pronto los planes se me adelantan al punto de tener que improvisar algo con el riesgo de perderla por algún arrebato. La seguía con la mirada y no podía dejar de pensar, si irme y esperar hasta la noche; o si acercarme, pedirle unos mates y decirle cuánto me gusta. La sigo con la mirada y ahí va, tan hermosa como anoche, caminado entre las piedras con el gracioso paso de quien camina sobre la cuerda floja. Ahí va y se detiene. Se detiene frente a su compañero de circo, que con toda seguridad le cruza un brazo por la espalda, y le da el mismo beso que yo había soñado darle. Y entonces comprendo todo, y todo se desmorona.


La sorpresa fue grande, y ante ese desmoronamiento quedé sumergido en la mismísima nada.


Amagué a irme. Pero como dice Mafalda, no se trata de destruir y armar de nuevo, sino saber qué hacer con los pedazos. Y entendiendo así la situación, sin nada que perder, me acerqué al grupo, nos reconocimos, y después de unos mates, me hicieron parte.


Charlar con ellos fue lo más lúcido que hice en el verano. Durante los otros cuatro días, entre espectáculos, mates, cervezas y helados, fui partícipe de un Show espectacular (que aun continúa), y en el que, tanto a ellos como a mí, nos tocó el papel de ser simplemente, buenos amigos.


"...Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?..."

(Oliverio Girondo, "No se me importa un pito...")