Enganchando Piluquis.
Me gritan que tengo que ir a bañarme. Que ya se hizo de noche, y es hora de descansar en familia.
Estoy completamente embarrado, no dejé nada por manchar. Me pasé el día armando esta pista y lo más emocionante del juego es la enorme cantidad de autitos Piluquis que fueron acoplándose y desenganchándose mientras se armaba el camino. Fue emocionante, y por eso, antes de ponerme las chancletas, quisiera recordar un poco como estuvo el juego:
Este Gordini verde, de ruedas amarillas y gastadas, que ven acá, es el mío. Los demás, son los autitos que permanecen enganchados, y… ¿qué decir sobre ellos?… ya ven la pista: tan llena de barro, palos, piedras, puentes armados, otros desmoronados. Si así todo, permanecen enganchados, son (sin duda) auténticos compañeros de viaje.
Con ellos vamos descubriendo algunos secretos del juego: como que la arena es más consistente que el barro para hacer puentes; que las curvas muy cerradas hay que tomarlas despacito porque se peligra el desenganche (e incluso hasta el vuelque de algunos Piluquis muy queridos), que podemos hacer dos filas de Piluquis, tres, cuatro, incluso si tenemos un camino definido ir cada uno por su lado (en la misma dirección), empujando tierra juntos. Aprendimos sobre todo, el secreto de secretos en la vida del Piluqui (y aquí me pongo cursi): el hecho de estar enganchados sirve para que cualquiera pueda hacer la fuerza de empuje. Es decir, uno puede tomar un Piluqui del medio y que sea ese el que mueva a todo el grupo; cuando se cansa, sabe que puede confiar con el que esté adelante o detrás para seguir abriendo camino.
Miren a lo lejos, de aquel lado de la pista, son los Piluquis que ya se desengancharon. No se imaginan cuánto los extraño, me fascinan esos autitos que ya casi no veo… alguna vez me enamoré de esos colores encantadores, y esas formas tan hermosas. Igual, soy conciente que fueron desacoples voluntarios, y que también es parte del juego; porque podemos compartir la pista, pero muchas veces, se tiene la necesidad de plantar el talón en el barro y empezar a dibujar otro camino sin duda tan emocionante como el ya recorrido, pero que aleatoriamente toman otras direcciones. Y quién sabe si más adelante no nos crucemos en algún puente, o rotonda de la pista.
Si algo valoro mucho… es estar aquí: en el campito.
Mis amigos muy queridos: no se dejen engañar con quienes vengan a invitarlos a jugar con esas modernas pistas de escalectris, diciéndoles que estarán más cómodos adentro, perfumaditos, sentados en un almohadón con un control para manejar tu autito. No, no. Todo eso es mentira. Las pistas de plástico le quitan sentido al juego. Imagínense, con una pista ya armada, después de cinco minutos estaremos pegando mocos debajo de la misma. Cuando en realidad no hay nada mejor que dejar los zapatitos a un costado, hundirse en este montón de barro, y a codos y talones pelados… ¡comenzar a hacer la pista que vos te imagines, con la cantidad de túneles, puentes, curvas y rectas que se te antoje! Jamás (por más que tengas barro hasta en las orejas), podrán quitarte la felicidad de haber sido el arquitecto de tu propio camino.
Me voy a bañar. Pero antes, les advierto que tengan listos sus Piluquis, porque el año que viene nos espera un baldío enorme. Hectáreas enteras de tierra negra, y una manguera abierta para humedecerla. Nos pasaremos el día completo diagramando las idas y venidas que se nos antojen.
Deseo de todo corazón, que estés ahí, con tu Piluqui en mano atravesando ese baldío, y que tus caminos, tengan innumerables cruces con el mío.
¡Un fuerte abrazo!
¡Felices vacaciones!
¡Adiós!
2 comentarios:
No lo dudes.
Manuss!! sii, tenemos que juntar los piluquis en Córdoba para tomar una chocolatada con vainillas, alguna tarde de febrero.
Un beso grandote!
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