15/2/08

Textos sobre la marcha: La Terminal.





Ni ingeniero, ni doctor, quiero ser JONATHAN CRISTIAN GARAY.




Hace un tiempo que, muy temprano en las mañanas -en mi eterna caminata al trabajo- un sujeto despierta mi atención.
En su bicicleta de paseo color verde agua, pedalea por Bv. Guzmán. Viste una camisa turquesa, que desentona con su campera de cuero marrón; unos jeans gastados por el tiempo, y unas zapatillas símil Adidas grises (muy bien lavadas). Pelo negro engominado, cejas muy prominentes y unos bigotes bien gruesos. Todos los días esboza una sonrisa permanente como si supiera que siempre va a llegar temprano. Esa expresión de felicidad inmortal me deja perplejo, intrigado.
Acaso por instinto, acaso por curioso, esta mañana lo seguí.
No me costó mucho alcanzar con un cauteloso trote, ese pedalear pausado. Por suerte para mi estado de salud, sólo fueron un par de cuadras: el sujeto, luego de atar su bici con candado, saludar a un guardia, a un taxista y a la chica que ofrece perfumes en la puerta, entró.
La casa de las despedidas, de las bienvenidas; de los encuentros y desencuentros; de los comienzos y finales, tristes y felices.
Alfajores para una tía, mates de recuerdo, casettes de Sergio Denis, alicates con la difunta Correa, un gauchito gil que cambia de color con el tiempo, unos canarios que CASI pasan por reales. Ropa interior con la inscripción: “abierto las 24 hs”, un súperman, un MP4, chascos... un push up, un telar de boinas, plantillas para borceguíes, una calcomanía del “che” otra de Rodrigo, los Power Rangers, un DVD, un sega, la Biblia de San la muerte, escarpines, relojes, pistolas de agua, disquetes, desodorante (de bola, aerosol, crema...), remeras de rock, flores artificiales, infinidad de juguetes que algo hacen...
Nunca había entrado a La Terminal, jamás había visto tantísimos estímulos juntos. Enceguecido por la deslumbrante cantidad de ofertas, pierdo el rastro del simpático hombrecillo que estaba persiguiendo. Lo busqué por toda la planta baja, escaleras mecánicas de por medio, lo busqué por el segundo piso también, sin éxito.
El hecho es que no pude dar con el sujeto, preguntarle a que se debe su felicidad eterna, eso me produjo cierta angustia. Me dejo llevar por mis penas. Para evitar que tanto esfuerzo haya sido en vano, me compro un mono que da la mortal atrás cuando uno le da cuerdas.
Solo tres vueltas del mono bastaron. Mi angustia se transformo en una pequeña dosis de felicidad que poco a poco iba llenándome de ganas de sonreír.
Contemplando al milagroso mono, levanto la cabeza y con una sonrisa fija, hago un paneo en cámara lenta, para apreciar la totalidad de ese lugar fantástico.
Hice foco sobre la multitud, y ahí venía. Era nuestro amigo. Sin abandonar su actitud positiva frente a la vida, vistiendo un uniforme verde oliva -con el logo de la Terminal en el pecho- abría la multitud (cual Moisés por el mar Rojo), utilizando un ancho lampazo. Esa imagen me bastó para comprender esa sonrisa, y contagiarme de la tan buscada "felicidad indestructible"
Quien pudiera pasar día y noche en la Terminal. Nada menos que manteniendo limpio y ordenado ese templo misterioso, para que algún visitante pueda conmoverse, descubriendo que la felicidad está en un mono que hace la mortal.

S.M.


1 comentario:

Bistreaux dijo...

Grande!!! Yo te voto valor. Un abrazo al hombre de camisa verde.