5/5/08

Historias de vida II

MARTES 13: NO TE CASES NI TE EMBARQUES...

(Creo que fue un jueves 12 de abril, pero ese "martes 13" me casé y me embarqué).



Impulsados por el viento seguimos viajando.
Es el quinto mes en este navío y el rostro de mi amada ya se ve borroso...
Quince marineros y una tonelada de pasas de uva que se comen los ratones, es lo único que encuentro en este despreciable barco. Aún me pregunto por qué acepté comandarlo.
Sin rumbo, navegamos por algún océano, de algún hemisferio, de algún lugar que ninguno de los borrachos a bordo sospecha. Sé que es mía, la obligación de escribir las coordenadas en la bitácora, pero no tengo la culpa de suponer que en el barco habría un maldito lápiz.
Ahora recuerdo porqué acepté comandar esta tripulación: no fue que a mis 48 años siga viviendo con mi madre no, no; tampoco que me hayan ofrecido una fortuna por hacerlo. Jamás podré olvidar aquel día...



Una mañana de otoño completamente nublada (como era habitual en el puerto), resultó mejor que cualquier otra para trabajar en el mercado costero. Mamá ya había regresado hacía horas con su bote, y se dedicaba a limpiar los pescados unos metros más abajo a orillas del mar. Yo, en cambio, armaba la tienda que recibiría a los compradores. A media mañana copaban toda la cuadra buscando el pescado más fresco y a mejor precio.
Despliegue de caños/ tendido de la lona/ acomodo de los pescados... "¡camarones sabrosos para su paella, para usted: la más bella!" siempre lo mismo. 45 años hacía que no dejaba de repetir el mismo ritual, pero algo en mí presentía que esa mañana no sería la de siempre.
Entre gritos de ofertas y contraofertas: miles de personas que iban y venían. Por esas cosas de la vida (que nunca me voy a explicar), la vi. Un vestido rojo hacía juego con la flor extraña que sostenía su rodete negro. Un caminar pausado, elegante. Unos rasgos asiáticos que aparecían y desaparecían entre la muchedumbre mirándome con timidez. Atónito respondía a ese juego de miradas. -"¡BAMBINO, ATIENDA LA SEÑOOORA!". El cachetazo en la nuca de mamá había cortado la magia. La busqué entre el gentío, salí de la tienda desesperado mirando hacia ambos lados... ya no estaba, desapareció. Esas actitudes de mamá eran las que había tolerado durante mucho tiempo. Pero jamás había estado TAN enamorado de alguien. Sabía que jamás EN MI VIDA volvería a sentir por una mujer lo que sentía por aquella asiática.
El enojo con mamá se apagó, luego de que destruí a empujones su tienda. A partir de ahí, poseído por el más fuerte espíritu de liberación, emprendí acaso el mayor de mis anhelos, el sentido de mi existencia: "¡conseguir una embarcación, una tripulación y partir hacia Japón!..."

Hoy, a cinco meses de zarpar, con un bajel a 50 centímetros bajo el nivel del mar, sólo puedo apreciar: una amada; una meta ambiciosa, visionaria; una tripulación inmadura, fiestera, borracha; un barco imperfecto, desorganizado, quebradizo; un enamorado sin rumbo, que de a poco se hunde, que te ama, que siempre te amará... pero de a poco se hunde.
S.M.

1 comentario:

Manuelita dijo...

Acuso lectura de un muy relato; muy bueno, por derecho propio y por reminicencias a el Perfume (de las que me declaro única responsable).
Saludos