30/6/08

HISTORIA + FICCIÓN (trabajo en equipo)

RECUERDO SIN NOMBRE.

Ella lloraba con nostalgia todos los cuatro de marzo, y él la acompañaba del brazo. Caminaban hasta la punta del muelle y arrogaban al mar, antes de persignarse, un frondoso ramo de rosas.
La situación era confusa: mi madre vestida de luto, lamentando una tragedia de quien no tenía lápida con su nombre. Mi padre, con frialdad, pero mucho respeto, la acompañaba.
Siempre estuve engañada con que era un primo de mi madre, que entregando su vida por otros, falleció en alta mar. La verdadera historia no es muy distinta del engaño.

La tarde nublada de marzo, en Londres, nos obliga a encender las luces, y todavía la estufa. Como desde hace un par de semanas, hoy todos mis hermanos estuvieron en casa. Mi madre desde que falleció su marido, hace apenas dos años, se ha debilitado mucho. Yo, al ser la menor, cuido de ella. Esta mañana, el recado fue el siguiente: "ve al mercado, compras una docena de rosas, te diriges al muelle, y luego de rezar, se las arrojas a tu tío." La mañana se me llenó de preguntas: quién era mi tío, cómo había muerto, qué hacía de su vida, tendría esposa, hijos... Sin esperar demasiado, aproveché el momento de la siesta, para que mi madre solucione mis dudas.

Voy a transcribir (con la mayor precisión posible), lo que mi madre acaba de contarme. En cursiva, adjunto la carta que ella mantenía escondida bajo el paño de su caja de joyas:

"Todo era nuevo en América del Sur, donde se gestaba el nacimiento de una gran patria. Años en que los sentimientos y las pasiones estaban a flor de piel, años en que hombres y mujeres luchaban por la tan ansiada libertad. Buscaban identidad y protagonismo, sabiendo que era momento de grandes acciones.
Un país con nuevos patriotas que entregaban su vida, sacrificando años de juventud. Enaltecían sus ideales, como si tuviesen la única misión en el mundo de hacerlos valer en la nueva sociedad.
Estaban además, los que trabajaban, comerciaban, cultivaban la tierra. Los que, desde el silencio de sus apellidos mal anotados, también eran protagonistas de la historia.
Entre ellos, y desde muy joven, conocí a un mal llamado "el italianito" que atendía en el pueblo un negocio de ramos generales, que pertenecía a su padre. Nunca conocí demasiado de él, porque al no ser criollo, mis padres desconfiaban de los suyos. De todas maneras, no podían impedir que me hiciera descuentos en la yerba, para que de ese modo, me quedase un rato más. Así logré conocerlo.
Recuerdo una tarde de verano, en la que entablamos una larga conversación y me confió el resumen de su historia:
"siempre fui argentino"- me decía- "de niño, al llegar a bordo del gran buque, la brisa húmeda y la vegetación generosa, despertaron mi amor por el lugar."
"De joven fui casi un gaucho. Recuerdo las cabalgatas con mis amigos, las cacerías con boleadoras. Adopté como abuela, a una vieja india que me contaba historias de caciques guerreros, mientras cocinaba pan, en un gran horno de barro. Adoraba las noches de baile en esos patios de tierra tratando de ganar el corazón de la india más bella del pueblo."
Él, era buena persona. Tal vez nos hubiésemos conocido mejor, pero en ese tiempo, me enamoré de tu padre. Un joven de quien admiraba su convicción, valentía y honor. Desde el principio estuvimos enamorados con Mariano, aunque con el tiempo, su ideal de una Nación sin inmigrantes se agravó, y me alejé de mis amistades con raíces extranjeras.
Recuerdo que algunas veces, le enviaba por medio de terceros, saludos, a quien era mi amigo del negocio.
Estos recuerdos vuelven a mi memoria, y se marcan a fuego, luego de recibir un envoltorio.
Fue durante un momento crítico en la vida política de tu padre, quien se había embarcado para venir hacia aquí. Dos meses después recibo la caja. Adentro traía: una carta, un velo negro, un abanico de luto y una nota que decía "Estimada señora como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado".
Como si la nota no fuese demasiado, ésta es la carta:

Buenos Aires, 4 de marzo de 1811

Estimada Maria Guadalupe Cuenca:

Comienzo esta carta, describiendo los pormenores, mientras espero atento, que llegue el momento oportuno.
Durante años, he pasado días y noches, soñando en intercambiar aunque sea por un instante, el lugar de su honorable esposo: sentirme transformador de la política, y sobre todo correspondido con su amor.
Sepa usted, que una mañana al finalizar el verano, recibo por error un envoltorio sellado que llevaba su nombre en el destinatario. Fue tal mi emoción que lo aferré a mi pecho y sin pensarlo lo abrí. En su interior estaba el velo negro, el abanico de luto y la nota que he adjuntado.
Un escalofrío corrió por mi espalda. Sentí que mi cuerpo se hundía en un abismo. Me tomó unos cuantos minutos reponerme. Sin comprender que pasaba en realidad, comencé a caminar hacia el puerto, con el envoltorio aún aferrado a mi pecho. Pensativo me senté en el muelle. El aire húmedo del mar daba una tregua al agobiante calor de la tarde, y tomar una decisión se hacía más difícil.
A lo lejos divisé un buque que estaba a punto de partir. Entre la multitud alcancé a ver la figura atlética de Mariano, acompañado de otros hombres del gobierno.
En ese instante, no sólo presentí lo que sucedería sino que llegué a una conclusión. Sin dudarlo subí al buque, logrando ocultarme en la oscuridad. Con total nerviosismo, sentía las sirenas y el bullicio de la gente que se atenuaba a la distancia.
Pasaron los días, y escuchando conversaciones ajenas, logré confirmar mi sospecha sobre el plan.
Hace instantes, logré convencer a su marido que se refugie junto a su hermano para evitar la catástrofe. Yo, si bien soy menudo (de menor talla que Mariano), acaso un poco más narigón, y de ojos saltones, tomaré su lugar. En la oscuridad el criminal no notará la diferencia.
El Capitán del buque no tardará en llegar.
Aprovecharé la poca vela que me queda, para despedirme, confiando que mi mensaje llegará a destino.
Guadalupe, sepa que lo hago, porque no he nacido para estar a su lado, y mi mayor anhelo es hacerla feliz. Espero que lo sea, acompañada de su marido. Él, se ha mostrado harto agradecido, y arrepentido por su errada posición hacia los inmigrantes.
Sin más que decir, me despido con un ¡Viva la Patria!
¡Viva mi amor por María Guadalupe Cuenca!

El italianito.


Mi madre no estaba preparada para rememorar tanta información en una sola tarde, tengo que aceptar que yo tampoco para recibirla. Hace un rato, se ha dormido entre lágrimas y lamentos, pero tranquila. Como si al contarme su historia hubiese hecho de "El Italianito", una gran estatua en la plaza mayor. Tal vez esa era su deuda pendiente: darle inmortalidad, aunque sea en un relato, a quien había sido su héroe desde el anonimato.

S.M.

2 comentarios:

Manuelita dijo...

Tarde un rato largo en animarme a decir algo.
Leerlo me dejó así: con lágrimas y admirando.
Gracias...necesitaba este instante
(y no soy exagerada)

mm...si producciones. dijo...

¡Hola Manuelita! Es hermoso saber que pudo generar ese sentimiento. ¡Te mando un fuerte abrazo!
Gracias por el comentario.