29/8/08

MOMENTOS


Mercenario.


Eran millones.
Armaduras montadas en enormes caballos, lanzas, espadas, catapultas, bestias enjauladas y kilómetros y kilómetros de guerreros enfurecidos.
Una marea de gente decorada con escudos y banderines que se elevaban al cielo cada vez que vociferaban al unísono su grito de guerra.
Yo, atónito, indefenso, sólo portaba el objeto que ellos tanto deseaban.
Mi conciencia se atormentaba en un dilema: atravesar fatalmente al enorme ejército e intentar cumplir mi misión, o refugiarme en mi cobardía y morir en manos de mi comunidad.
Impulsados con un último grito de guerra, alcanzaron una velocidad insospechada.
Me bastó ver con nitidez el rostro de uno de los guerreros, para que mi cabeza se nuble. El mundo se ralentizó, tal vez sólo para darme unos segundos más de confusión. El temblor de mis piernas hacía evidente mi estado caótico.
Apenas sentí que me rozaron, cuando lancé con todas mis fuerzas el balón al cielo. Hizo una parábola que la estrelló en las últimas gradas de la tribuna. Era el último segundo y perdíamos por dos. Mis compañeros, irritados, buscaban una explicación a lo ocurrido. Mi entrenador, sólo levantó la mirada para dar una sentencia: "Vuelve a tu puesto: ¡Aguatero!"

No hay comentarios: